Iba caminando por Ocotlán de Morelos, un pueblo del Valle de Ocotlán a unos 30 minutos de la ciudad de Oaxaca, cuando Frida me ofreció un plato de mole amarillo. Era idéntica, el mismo peinado, las cejas y una flor en la cabeza. Así que me senté esperando que la comida fuera tan buena como la fama de la pintora mexicana más conocida en el mundo.