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Nov07

Las medinas de Marruecos

07 Noviembre 2012 Texto // Sergio Misael López Aguilar Fotos // Sergio Misael López Aguilar

Estaba solo en Barcelona, con media ciudad vacía y la otra mitad llena de turistas, lo mejor era salir a otra parte. Había escuchado de amigos cercanos historias de viaje  a Marruecos, así que decidí tomar un tren, que era lo más barato en pleno agosto.

 
Primeros pasos en Marruecos

No podía llegar tan a ciegas a Marruecos, iba sin reservaciones de ningún tipo, sin saber si el inglés sería suficiente para comunicarme y si mi ateísmo me causaría contratiempos. Me prestaron una guía Lonely Planet, escuché un par de recomendaciones y tomé el tren a Algeciras, un ferry a Tánger y de ahí un autobús a mi primer destino, Chefchouen.

Llegué por la noche, el calor era sofocante y el bullicio de la gente que había en las calles era intenso. Me di cuenta de que el idioma no sería un problema, porque en las puertas de la medina (centro histórico) te encuentras con gente que se ofrece a ser tu guía, que habla español, inglés, francés, alemán, y hasta holandés o ruso. Tuve suerte y encontré un hotel pequeño y muy bien ubicado, irónicamente llamado Hotel Barcelona. El hotel resulto ser un garbanzo de a libra: lindo, limpio, acogedor, con aire acondicionado, con el desayuno incluido y con un pequeño patio muy colorido que hacía mucho más agradable tomar el desayuno.

Al salir a la ciudad, lo que más reluce es el azul de la Medina, el color de las casas, de los establecimientos y de las calles. Caminar por aquí es un deleite. Al ser mi primer punto en Marruecos, ir descubriendo marcas de establecimientos y productos conocidos escritos en árabe era divertido, pero ver a la gente con turbante y largas túnicas o con el tradicional hyab bajo el clima caluroso era impactante.

Al llegar a puntos altos ves lo pequeña que es la Medina y aparecen otros pueblos cercanos. La Plaza Uta El-Hammam es una parada obligada para admirar la Gran Mezquita al atardecer, tomándote un té verde en un restaurante o cafetería.  Al internarte un poco en las montañas, encuentras comerciantes bereberes que te invitan a tomar té mientras te presumen tapetes y ropa que te quieren vender, para que no te vayas sin un recuerdo de Chefchouen.

Tomé nuevamente un autobús con dirección a Fez, salí en ayunas, pero afortunadamente el autobús hizo una parada para estirar las piernas y encontré un puesto de comida a pleno pie de la carretera, donde comí unas brochetas de carnero y unas costillitas, se volvió muy divertido cuando tuve que escoger yo mismo la carne que comería y llevarla para que la cocinaran y condimentaran con especias típicas de la región. Un manjar en plena noche en una carretera marroquí.

Fes, ciudad de sabios

Llegué a la medianoche a Fez, sin saber donde dormiría. Para mi suerte, unos guías aparecieron en la entrada de la Medina. Decidí arriesgarme y seguí a un niño de unos doce años. Sentía algo de miedo. Me introdujo en la medina, a esa hora muy oscura, y recorrimos callejuelas que parecían no tener salida, hasta que llegamos a las puertas de un pequeño palacio. Me dijo el precio de la habitación, asentí y acordamos vernos a la mañana siguiente para recorrer la Medina. Al entrar en mi habitación descubrí que era enorme, con una cama matrimonial y una pequeña sala de estar, los techos estaban decorados de una manera muy bonita y el baño era enorme y con jacuzzi. Dormí como rey.

Al otro día me maravillé al descubrir la excepcional arquitectura del lugar donde me había hospedado, y me platicaron que aquí el grupo U2 grabó su último disco. El desayuno estaba incluido, se trataba de jugo de naranja, fruta, mermelada, mantequilla, te verde, café, pan, no faltaba nada.

Mi pequeño guía llegó puntual a nuestra cita y comenzamos a caminar. La ciudad tenía un color crema con tonos verdes esmeralda, me llevó por callejuelas y palacetes llenos de cenefas y decorados preciosos, me metió por calles que parecían no desembocar a ningún lugar y de repente al ver la luz tenía una vista panorámica de toda la Medina. También aparecían puertas llenas de símbolos, letras árabes y las llamadas manos de Fátima, mi  guía me comentó que eran las diferentes Madrazas de la ciudad, escuelas donde se enseña el Corán. Fez es la cuna de la sabiduría marroquí y reboza de lugares así.

A la hora de la comida mi acompañante me dejó en otro lugar gastronómico, en donde me volvieron a tratar muy bien, dándome de comer aceitunas, arroz con curry, ensaladas, calabazas, col, brochetas de cordero pasando por un pan relleno de carne y desde luego tajin y couscous. ¡Un manjar!

Mi guía me llevó a su casa, conocí a su madre, a su hermana, tomé te verde con ellos y pude cargar a la nueva bebita de la familia, disfruté mucho esta convivencia. Me llevó también a ver los talleres en donde tiñen las pieles y recorrimos juntos mercados llamados "zocos" que están llenos de colores y de cosas que parecen tomar otra dimensión entre callejones y plazuelas. Regresé a dormir, al otro día me iba a Essaouira.

Los esplendores de Mogador

Llegué después de un largo viaje, la ciudad tenía una playa donde se me antojaba pasear, especialmente después de leer las novelas eróticas de Alberto Ruy Sánchez en las que evoca con lirismo a Mogador, el antiguo nombre de Essaouira, punto de descanso de los fenicios en aquellos tiempos.

Essaouira es una ciudad de pescadores y gente amable, en donde parte de la vida comercial comienza por la noche, parece que los comerciantes nunca duermen. Al fin del día terminé quedándome en un lugar muy sencillo, no necesitaba más.

Caminar por el puerto y ver como limpian, venden y comen peces y mariscos es asombroso, hay rayas, anguilas, pequeños tiburones y sardinas. Me urgía estar en la playa, caminé por toda ella hasta encontrar un lugar alejado de la gente y llegué a un extremo de la ciudad en donde comenzaban las dunas del desierto. Vi muchos camellos y a mujeres bañándose en el mar con su hyab, sin mostrar el más leve atisbo de su piel, tapadas de pies a cabeza.

El sol en todo lo alto invitaba a tumbarse en la playa, leer y dormir. Luego regresé al puerto a comer un buen pescado, fue igual de divertido que antes en la carretera porque pude escoger lo que quería comer. Al anochecer hay que salir a ver la vida en pleno apogeo, llena de carnicerías y plazas. Es asombrosa la cantidad de especias, animales y hierbas con un poder curativo, espirituoso, gastronómico y hasta afrodísiaco que ofrecen. Hay restaurantes de todo tipo, los mejores ñoquis que he comido fueron aquí, en un restaurante italiano pequeñito, escondido en una calle del puerto.

Por la medina de Marrakech

No hubo recorrido más árido como el que hice de Essaouira a Marrakech. No tenía idea de lo que encontraría en esta ciudad color ladrillo. Llegué muy temprano, con hambre y mucha sed. Me dirigí directo a la medina, y llegué a la Djaama el Fna, la plaza principal, un oasis de puestos que vendían jugo de naranja recién exprimido en una botella de plástico de 2 litros, y nada mejor que tomarte este néctar con vista a los Montes Urales. M comí también aquí el primer kebab del viaje, viendo la imponente mezquita del lugar y el andar de la gente.

Tardé más de medio día en encontrar hospedaje, fue un lugar de lo más sencillo, esperaba algo más, pero lo más importante para mí era conocer esta medina siempre bulliciosa, con comerciantes en cada calle, en cada esquina, y donde la gente parece no agotarse nunca.

Pero al anochecer, la plaza principal parece llenarse de todos los que estaban regados por toda la ciudad: comerciantes que venden huevos de todos tamaños, especias, remedios y juegos de habilidad, danzantes, músicos, encantadores de serpientes.

Lo más impresionante es el enorme mercado de comida, es algo inigualable estar sumido en estos olores apetecibles, gritos, humos de caldos mientras oyes el llamado a rezar de la mezquita. Parecía que todo lo que había visto en mi viaje se volvía más intenso, Marrakech es alucinante. Después de una noche así nada mejor que tomarse un rico y fresco jugo de naranja por la mañana antes de despedirse de esta ciudad.

La Mezquita de Casablanca

Para mí, ir a Casablanca fue una necedad debida a la película de mismo nombre, una de mis favoritas. Debo aceptarlo, nada más falso ya que no se filmó ahí sino en un estudio, pero iba con la convicción de encontrar algo que me la recordara.

Para llegar tomé un tren. En algún punto hizo una parada y un altavoz comenzó a decir una frase interminable en árabe, entonces todos los pasajeros bajaron rápidamente, me pregunté si tenía que hacer lo mismo, pero me quedé y sí, llegué a Casablanca. Llegué directamente a la terminal y me hospedé en un hotel de cadena al lado de la estación.

Casablanca es la ciudad portuaria de mayor poder económico de Marruecos y es bastante moderna, no me interesaba tanto, pero me dijeron que no podía irme sin ver la Mezquita de Hassan II. Entonces, tomé un taxi y ¡Santa Madre de Dios… o más bien, Ala! Me sentí desbordado por aquel edificio. Es simplemente imponente, una obra de esta magnitud te hace pensar en lo grande que es la fe de toda esta gente. El rayo láser del minarete, que mide doscientos metros, apunta directamente a La Meca, dicen que viaja hasta ella. Cuando entras, te sientes insignificante ante tal construcción, si Ala quería una casa, seguramente esta se acerca mucho a lo que un Dios merece. Imposible creer que tiene un techo retráctil, que la sala de oración puede albergar a treinta mil personas y tiene calefacción en el suelo. Las bibliotecas, la Madraza, los hammams son impresionantes.

Cuando estás en la enorme explanada y escuchas el canto que llama a rezar a los fieles, te conmueves. Construida por más de dos mil quinientas personas y con los diez mil mejores artesanos del país, esta mezquita es una joya del arte marroquí. Dicen que hasta había lista de espera para la gente que quería participar en su construcción. Los mejores materiales fueron usados por fuera: madera, granito, mármol, mosaicos. ¡Costó más de quinientos millones de euros!

En la noche fui a tomar un whisky al Rick´s Café, frente a la ventana, viendo el faro que intermitentemente pasaba su luz por la ventana en frente de donde yo estaba sentado. Adiós, mítico Marruecos, ¡cuanto te extrañaré!

 

Información para viajar a Marruecos:

marruecosturismo.es

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