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Relato de invierno

09 Diciembre 2010 Texto // Enrique Escalona Fotos // Enrique Escalona

Como muchos, la primera vez que escuché la palabra Ottawa fue en la escuela, a la hora de aprender las capitales del mundo, pero es difícil imaginar una ciudad si sólo has visto su nombre en el mapa, así que cuando el tren recorría los 200 kilómetros que separan a Toronto de Ottawa, pensaba que por fin le iba a dar rostro a la capital de Canadá, que recitaba junto a Washington, México, Guatemala, Belmopan, Tegucigalpa y así hasta terminar las capitales de América para el examen de Geografía.

El invierno pasa por la ventanilla de mi cómodo vagón, todo luce lleno de nieve, sólo árboles y edificios se asoman entre la blancura, ofreciendo paisajes que nunca vería debajo del Trópico de Cáncer, que es donde vivo. El tren frena en la estación de Ottawa y bajo de mi vagón. Me gusta ver a la gente recibiendo a sus amigos y familiares y a los viajeros que salen disparados arrastrando su maleta, me quedo un momento en el andén pensando que llegar en tren a una ciudad nueva, es una de las mejores formas de viajar.

Tenemos menos 10 grados, pero con ropa térmica, suéteres, guantes, gorro y una buena chamarra, da lo mismo si estamos a 2 grados o menos 10, así que el frío no es impedimento para que la vida siga en estas latitudes. Salgo de la estación junto con otros viajeros y tomo un taxi, que me lleva al centro bordeando el río Ottawa, que está completamente congelado.

Primeros vistazos

Mi hotel es el Westin, ubicado en el centro y justo enfrente del río, en el lobby una chimenea reúne a los huéspedes y brinda mucho calor. Poco a poco me acostumbro al ritual de entrar con una gruesa chamarra, quitármela, dejarla en el guardarropa, ponerme todo mi disfraz para volver a salir y así todo el tiempo.

Entro a mi habitación, abro la ventana y lo que veo me gusta, las torres del Parlamento canadiense, el río congelado, la gente patinando, mucho movimiento y un sol espléndido. Dejo mi maleta y vuelvo a salir. En la calle cruzo el río congelado, es muy fácil resbalar y hay muchos pasamanos para sujetarse, camino lentamente y los patinadores me esquivan, también podría rentar unos patines y recorrer todo el río, pero el patinaje es un deporte que nunca le ha gustado a mis tobillos, así que me conformo con ver por un momento desde el puente a la gente y niños patinando y haciendo mil piruetas sobre la nieve.

Hago una primera parada en un local callejero, el Beaver Tail donde venden una especie de buñuelo frito con forma de cola de castor, al que se le puede poner encima chocolate Hazelnut, mantequilla de Maple, canela, manzana y todo lo necesario para tener calorías extras bajo el frío. Al lado venden unas paletas de Maple que se cristaliza al contacto con el hielo y detrás de mí la gente pesca haciendo hoyos en el río congelado y otros preparan esculturas de hielo para el festival localWinterlude. Llevo pocos minutos aquí y me queda claro que si alguien sabe qué hacer durante el invierno, son los canadienses.

 

Invierno democrático

El río Ottawa y las desembocaduras del río Rideau y canal Rideau, dividen a Ottawa de Gatineau, una población francófona que pertenece a Quebec, en donde también se celebra el Winterlude. Tras la Segunda Guerra Mundial, el urbanista francés Jacques Gréber rediseñó Ottawa, dotándola de parques y un cinturón verde que rodea a la ciudad, con espacios reservados a la conservación freática y la vida animal. Me parece que lo que hace a un país ser “Primer Mundo” es ver cómo trata su entorno, lo que damos es lo que tenemos y Ottawa está en muy buenos tratos con la naturaleza.

Pensando en los derechos y la justicia, llego al Parlamento canadiense, que se levanta sobre una colina al lado del río, contrastando con el color verde de sus acabados. Es impactante pararse frente a este edificio, sin guardias o vallas de seguridad, abierto al público – a diferencia de la blindada y cercana embajada de Estados Unidos - sin ornamentos ni monumentos innecesarios, banderas descomunales o grandes desplantes de patriotismo, a pesar de tratarse del centro de poder de un país de más de 10 millones de kilómetros cuadrados.

Enfrente se levantan los rascacielos del distrito financiero, que exhalan vapor por numerosos conductos, mientras reciben la luz del atardecer sobre sus fachadas cubiertas de nieve.

Arte al atardecer

Camino de regreso al hotel pero sobre la avenida de Sussex Drive veo una araña gigante, se trata de la escultura Maman, de la artista Louise Bourgeois, que amenaza la cercana catedral de Notre Dame y custodia la Galería Nacional de Arte, donde entro buscando fascinado por la gigantesca estructura de cristal y buscando su calefacción.

En el cálido interior el cristal combina con el granito y acero, creando un ambiente propicio para pasear por las galerías del renacimiento y barroco, hasta llegar a las salas del siglo XX, con una nutrida colección de Warhol, Klimt, Duchamp, Magritte, y sobre todo: Bacon.

A 15 minutos de Ottawa, en la población de Hull, el Museo de la Civilización es otro de los museos indispensables, es el más grande de Canadá y hace un recorrido por las diferentes civilizaciones que han forjada la identidad canadiense, desde los primeros pobladores indígenas, hasta los colonizadores ingleses, franceses y posteriormente toda una oleada que incluyó diversas regiones de Europa Asia y América. Siempre hay algo emotivo en la reconstrucción del pasado y pude ver una antigua imprenta como la que tenía mi padre hace unas décadas, en una museografía que recrea todos los detalles.

La noche termina en la calle Dundas, llena de bares y restaurantes, donde para mi sorpresa tropical, unas chicas caminan en minifalda justo cuando trato de enredarme mi bufanda con dos vueltas. Aunque en Ottawa hay personas de todas las razas y colores, nunca me tomarían por local.

[Ver en SD]

Acerca del autor

Enrique Escalona

Enrique Escalona

Lo único que ha podido planear en su vida es su próximo viaje... y pues de algo había que trabajar ;)

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