Cuando llegamos al embarcadero de La Puntilla iban a dar las 10 de la mañana. La tierra estaba sumida aún en la neblina y las aguas del río Tampaón apenas se alcanzaban a ver. Don Julián, uno de los lancheros más aguerridos del lugar, apresura el paso hacia nosotros. Su rostro tiene el color de quién vive al aire libre.